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La responsabilidad, Podemos y la España de los validos

En un entrevista del pasado junio en Público, Monedero -el llamado Alfonso Guerra de Podemos-,  venía a decir que no se atrevía a reprochar con dureza a la ciudadanía su inacción cuando la cosa «iba bien», a mediados de la primera década de este siglo. Las personas al borde la pobreza no eran el 24%, sino el 18%, pero como a la mayoría nos iba bien, podían robar unos y otros, y los demás tan felices.

«Yo me siento un regañón, como Anguita, pero no digo no hagas esto, o no hagas esto otro. Yo soy muy cuidadoso en mis charlas. A la gente le digo: cuando nos iba muy bien, cuando Curro veraneaba en el Caribe, aquí había 8 millones de pobres. Y lo dejó ahí» – [Monedero, en Público, junio 2014]

Monedero sabía que exigir responsabilidad y autocrítica a la colectividad, en política, no era ni es recomendable. La crítica cuesta votos, porque no nos gusta que nos recuerden que también hemos tenido parte de culpa, por acción o inacción. Es más cómodo pensar que el único culpable es otro: el político, el banquero, el adinerado…

«Confiamos en ellos y nos traicionaron». «Les otorgamos la responsabilidad y no estuvieron a la altura». «Debían gestionar el bien común y lo convirtieron en el suyo propio». Aún aceptando la validez parcial de estas protestas quejumbrosas, ¿dónde estábamos nosotros cuando todo eso pasaba?

En un evento público este recién finalizado viernes, con organizaciones y partidos «de izquierda», probablemente por despiste, pudo escucharse a un potencial candidato a algo, afirmando que todos somos en parte responsables de la situación actual.

«Saquemos la lectura correcta. Ellos no son mejores que nosotros, Y otra lectura más. **Todos somos responsables, en una u otra medida**.  La resignación en España ha sido política de Estado. ¿Por qué hemos dejado que nos gobiernen mediocres? Nos gobiernan mediocres porque nos hicimos mediocres» [Monedero, evento público en Asturias, 24 octubre 2014]

Generalizar la culpa y convertir en responsables a todos y cada uno es la estrategia del culpable astuto, la de aquél que pretende exparcir la responsabilidad hasta el punto de hacerla inapreciable. Si todos somos culpables, nadie lo es. Sin culpables, no hay castigo. Sin castigo, no hay motivo para mejorar conducta. Y con el mismo comportamiento y los mismos vicios, la rueda de la historia vuelve a girar con suma probabilidad de repetirse.

Siendo el que suscribe consciente del riesgo de este argumento, el de la responsabilidad -y por tanto culpabilidad- compartida, me reafirmo: Todos somos responsables, en una u otra medida, como decía Monedero. Tal vez él siendo consciente de que sin ahondar en ello, esa regañina será pasada por alto y no tendrá consecuencia electoral alguna.

Ciertamente, repito, la responsabilidad ha sido compartida, pero bien es cierto, el castigo ha sido tremendamente desigual: Unos han perdido sus hogares, otros piden en la calle o rebuscan en la basura… Y aquellos que actuaban como validos de la ciudadanía, consejeros de cajas o ex-ministros, se han jubilado sin renunciar a un ápice de sus millonarias costumbres.

La España de los validos, aquella donde los Austrias, por falta de capacidad o interés, elegían a un favorito para ejercer el poder en su lugar, mientras ellos se dedicaban al disfrute banal y desenfadado, es la España en la que hemos vivido los últimos años. Ante el riesgo de generalizar la culpa y no poder nombrar a los culpables, se contrapone el riesgo -mayor, más grave si cabe, trágico- de repetir la historia.

Como sociedad, delegamos nuestras responsabilidades en los profesionales de los partidos, para disfrutar de la vida de espaldas a la política y la gestión de la cosa pública. Exigiendo resultados rápidos, sin analizar ni querer conocer el cómo. Disfrutando de la vida cual cigarra social, y dando por sentado que el Estado se encargaría de proveer en cualquier circunstancia, olvidando que el Estado somos nosotros.

Y tras vivir la dolce vita sin responsabilidad política, al modo de los Austrias -como si todos fuéramos reyes en nuestra casa, la del felpudo Ikea que así lo atestigua-, nos despertamos abruptamente para descubrir que nuestros validos nos la habían jugado.

Debemos reconocerle a Podemos -como representante más mediático de otros movimientos anteriores y posteriores-, el haber sido capaces de despertar conciencias. Citando palabras de Pablo Iglesias: «La política, o la haces o te la hacen«. Y muchos parecen haber recogido el testigo.

Y sin embargo, el escéptico en mi interior todavía no puede discernir si esta sociedad está dispuesta por fin a corresponsabilizarse de la cosa pública, o sólo está buscando a través de Podemos un nuevo valido, para cederle el poder y volver a su dolce vita.

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