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Mi oreja, la vi pasar corriendo

Policía Nacional, dígame.

Verá, les llamo sobre la muchacha, la del parque, lo he escuchado en la radio…

¿Puede aportar alguna información al respecto?

Efectivamente, sí. La vi pasar, corriendo, por la calle. Iba muy rápido, tal vez escapando de alguien. Aunque vestía con pantalón corto, zapatillas rosas, de esas de moda -supinador o pronador, no lo tengo claro- y camiseta de manga corta y color indescriptible. Y también llevaba puestos unos cascos, azules. Ahora que lo pienso, quizás sólo corría por afición, una enferma del running

¿Dónde y a qué hora la vio usted?

Dónde, en la calle, ya se lo he dicho. La hora, no lo sé, era de día. A pesar de las nubes y la falta de luz habitual de esta época, estaba despierto. Así que deduzco que era de día… En todo caso, todo esto es irrelevante. Lo importante es lo que pasó después.

La seguí. No fue fácil, ya le he dicho que iba muy rápido. Le gritaba para que parase, pero no me hacía caso, no me oía supongo. Corrí un buen rato tras ella. Por momentos, mi corazón me rebotaba en el pecho como si fuera a escaparse, corriendo también, o a saltos. La verdad, no estoy en buena forma… Por suerte, cuando estaba a punto de rendirme, ella se detuvo. Apoyaba las manos en las rodillas, jadeando con fuerza.

Después, recuperé mi oreja.

¿Cómo dice?

Sí, mi oreja. Por eso les llamaba. Al principio, se lo pedí amablemente. Bueno, lo intenté. Me costaba horrores hablar, me faltaba la respiración y mi corazón seguía latiendo a un ritmo tal que apenas podía articular palabra. Aquel pum-pum-pum me ahogaba, a mí y al sonido de mi propia voz.

Ella me miraba raro, diría que con una mezcla de desconfianza y extrañeza. Ya con más aire, insistí, aunque agarrándola del brazo con firmeza para que no echase a correr, no podría repetir la carrera. Mi corazón… Y se lo dije. Debía devolverme mi oreja.

Tras tantos años viviendo con ella, apoyándola sobre la almohada, acercándole el móvil, limpiándole la cera, viéndola en el espejo al afeitarme, en los selfies… Mi oreja, la vi pasar corriendo, pero era la mía, sin ninguna duda, la derecha. No podía dejarla escapar.

Para eso les llamaba. La oreja que tal vez le falte a la muchacha del parque, la tengo yo.

Está usted como un cencerro. ¿Se trata de una broma?

La verdad, no es la primera vez que me lo dicen.

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