La incertidumbre

De cuando en cuando, uno tiene la oportunidad y el arrojo de enfrentar su alma al espejo invisible de la imaginación y reflexionar sobre aquello que le define. Ante un debate semántico, de significados y palabras, algunas se erigen de forma destacada para componer naturaleza, ideología o creencias. Superan la barrera de la indiferencia y permanecen, flotando, a la vista, fijadas por tiempo variable en el totum revolutum de las ideas pendientes, a la espera de ser plasmadas de una u otra forma antes de ceder su vigencia a las siguientes.

La vida es incertidumbre. Esta afirmación tan simple puede servir de base para categorizar personas. Están aquellas que lo asumen, pero encapsulan la realidad para mostrarse a sí mismos como únicas dueñas de su mañana, en un envoltorio de rutinas y repeticiones capaces de sugestionar y dulcificar su experiencia en el mundo. Otras, por contra, reconocen la imposibilidad de prever el mañana y se obligan a ser flexibles, hasta el punto de desaprender para ser capaces de enfrentar los imprevistos como norma y no como tragedia.

Ni mejores ni peores, y con un sinfín de matices entre los extremos, dentro de la segunda categoría situaría a las personas ligadas a la inversión del llamado «capital riesgo». De 2 artículos recientes, me gustaría rescatar declaraciones propias de filósofos y literatos, tan válidas sobre las start-ups como sobre la propia vida:

Luis Martín Cabiedes, filósofo de formación y venture capitalist: «Estamos en lo que académicamente llamamos entornos de incertidumbre irreductible: no sabemos lo que va a ocurrir en el futuro y hay que disfrutar con ello»

Paul Graham, programmer, writer and investor: «Instead of trying to point yourself in the right direction, admit you have no idea what the right direction is, and try instead to be super sensitive to the winds of change» 

A algunas personas nos hace falta abrazar la incertidumbre para no volvernos locos, y tal vez sea esa seguridad del cambio constante, y su promesa de esperanza, lo que realmente nos mantiene cuerdos.

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