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Las promesas rotas en política: sin culpa ni castigo

Tras la publicación en el BOE de la tan ansiada reforma laboral, cualquier usuario de Internet habrá podido tirar de hemeroteca digital para comprobar la falta absoluta de valor del programa y las promesas pre-electorales del partido en el Gobierno.

La subida de impuestos y el abaratamiento del coste del despido no aparecían en el programa electoral del PP, y fueron medidas descartadas durante meses en numerosas declaraciones públicas por cargos destacados del Gobierno.

Se demuestra así que el programa electoral es una herramienta inservible, cientos de páginas de circunloquios y vacuidades. Y las palabras de las declaraciones pre-electorales se las lleva el viento. No hay promesas ni compromisos, sólo palabras de nulo valor.

Con respecto a la subida de impuestos, el Gobierno utilizó la manida excusa de haberse encontrado con la sorpresa de un déficit mucho mayor del previsto (8,3% en lugar de 6%); como si el déficit fuera algo que uno se encuentra como se encuentra un grano, cana o arruga una mañana cualquiera ante el espejo.

Daba igual que el citado desvío fuera en su mayor parte debido a las autonomías (75% del mismo), y daba igual que unas muchas hubieran estado gobernadas por el PP durante años y otras pocas durante «sólo» 6 meses. La evidencia demuestra que los presidentes de las CCAA se relacionan con su gobierno central como el Gobierno con los ciudadanos y votantes: sin culpa ni castigo.

Si nos referimos al abaratamiento del despido, simplemente no hay excusas con las que culpar al anterior Ejecutivo, sino excusas sin más. Y aquí no pasa nada. Aún con culpa (por supuesto, ni reconocida ni entonada), tampoco hay castigo.

En un País tan acostumbrado al olvido, más que una Ley de Memoria Histórica, sería necesaria una Ley de Promesas Cumplidas, obligando a los diferentes partidos a incluir al menos un par de folios de compromisos -cualitativos y cuantitativos- dentro de sus preciosos programas electorales, con más de 200 páginas repletas de palabras vacías adornadas con retratos sonríentes.

¿Cuándo la palabra en boca de un político tendrá valor, y faltar a ella su debida y estipulada consecuencia? Cuando uno es ya mayor para faltar a su palabra, debe serlo también para aceptar las consecuencias.

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