La smart city de los cuentos de hadas incluye la magia de la inteligencia autónoma. Combinando una cantidad ingente de datos provenientes de múltiples fuentes, la ciudad mejoraría de forma automático-mágica la eficiencia de los servicios públicos y la calidad de vida de su ciudadanía. Receta de buzzwords:
Big data + sensorización + algoritmia + cloud = milagro de los panes y los peces.
Líbreme el señor supremo de los 0’s y los 1’s de renegar de la palabrería tecnológica que traerá el paraíso prometido a la tierra. No seré yo quien niegue la evolución posible asociada a la inversión en tecnología. En cierto modo, me va el pan en ello. El lenguaje Klingon de n buzzwords por frase es mi idioma preferido, para algo tenía que servir aquella estancia en San Diego! Con todo, entre el coche volador del futuro y la carretilla de papeles del presente, existen múltiples estadíos intermedios. Para subir del primero al segundo, no hace falta un ascensor supersónico, ni el teletransporte del Enterprise.
Tras años de fantasía con etiquetas smart hasta en las cajas de cereales y ruedas de prensa prometiendo el Dorado, tras millones de euros invertidos en tecnología y plataformas para publicar datos sobre la calidad del aire en Twitter, empezamos a ver resultados tangibles asociados a la gestión y control de calidad de los servicios públicos en concesión.
En la privatización de servicios públicos, una administración local licita un contrato por 3-5-10 años, con unas cláusulas de servicio que ni puede ni sabe fiscalizar. El beneficio de la concesionaria se sustenta en el legítimo retorno del capital invertido, más el amplio margen de condiciones insatisfechas por las que nadie va a preguntar. Existe un gap entre lo que la concesionaria debería hacer según las condiciones contractuales, y lo que la administración local es capaz de verificar. En síntesis, la ineficacia de la administración se convierte en beneficio extra de la empresa concesionaria.
En este punto, es donde las aplicaciones verticales de las plataformas smart city pueden compensar la inversión. La sensorización de activos municipales y la automatización de la recogida de datos permite definir la prestación del servicio público en base a indicadores, por lo cual la empresa concesionaria cobraría por el servicio realmente realizado.
En una conversación de hace pocos días, un responsable municipal de un ayuntamiento similar a Santiago de Compostela, me contaba la receta aplicada en la contratación de recogida de residuos y limpieza viaria: Pliego de mejora continua con facturación variable en base a Indicadores cuantitativos, recogidos por sensores, y parte cualitativa bien/mal/regular para determinar el porcentaje de pago. Todo ello basado en un sistema smart city de mercado.
El resultado: Más de un 20% de ahorro sin tocar salarios. (Y un 20% de 9M€/año es mucho dinero en una ciudad de menos de 100.000 habs)
Con todo, la clave no es la tecnología -nunca lo es- sino contar con el liderazgo y el capital humano para: primero, elaborar un pliego válido y “a prueba de bombas”; segundo, gestionar la relación pre y post con los posibles prestadores del servicio; y por último, sistematizar el análisis de datos para capturar la eficiencia a beneficio de la ciudadanía.
Aún estamos lejos del futuro smart de cuentos de hadas, big data mediante, pero tenemos la oportunidad de dar el primer paso smart: Informatizar y sensorizar la prestación de servicios públicos, para transparentar y gestionar el pago en base a datos e indicadores.
Bienvenidos al futuro, póngame un milagro de panes y otro de peces.